lunes, 31 de diciembre de 2012

golden brown

Cuando el año muere, Lupita repasa viejas fotografías en papel: recuerdos analógicos, memoria congelada. Como en un ritual, pasa las páginas gruesas de sus álbumes y se deja arrastrar por las imágenes. Recompone historias, recupera rostros.



Cuando el año muere, prefiere despedirlo en casa, a solas. Una cena ligera, una copa de vino blanco y un disco de hace mucho tiempo: vinilo grueso, comprado en Londres cuando esas cosas se compraban en Londres...

miércoles, 26 de diciembre de 2012

green

Gente que pone flores de plástico en tiestos de colores para decorar sus ventanas... Lupita no puede evitar una mueca de asco cuando lo ve. Se le antoja la culminación de lo grotesco, matrícula de honor en mal gusto.

Aunque se sabe genéticamente incapaz de más, hace un tiempo ya mantiene en su balcón un pequeño jardín accidental y desordenado de áloes y crasas, con un helecho despeinado y algunos bulbos que no han llegado a florecer nunca, pero ahí siguen, verdes y un poco asilvestrados. Nada que no mereciera el desdén de Poison Ivy, pero mucho para Lupita, que sale a regar de cuando en cuando, un poco a la aventura. 



Le gusta agacharse, oler la tierra de los tiestos mientras se va empapando, y silbar despacito mientras lo hace: Spanish Bombs, de los Clash, una melodía que siempre hace que se pongan de buen humor... ella y ellas. 

lunes, 24 de diciembre de 2012

por las tardes


Escribir cartas de amor en cuartillas de colores, como un personaje del Genji Monogatari. Hacer luego con ellas aviones afilados, concordes azules o rojos, o naranja. Verlos planear después desde el balcón, mientras el sol se pone...


lunes, 17 de diciembre de 2012

U.F.O.


Esa noche vimos luces en el cielo, ¿te acuerdas, Lupita? Tenías catorce años y tu lápiz de labios brillaba en la oscuridad, y podías señalar cada estrella y llamarla por su nombre. Yo las estrellas las miraba poco cuando estaba contigo, la verdad.

Sabías de memoria los horarios de los lanzamientos y las rutas aéreas de la zona, por eso estabas tan segura de que las luces no podían ser de un transbordador o de un avión. Cuando partieron el cielo en dos y bailaron sobre nuestras cabezas como luciérnagas atómicas, también yo supe que no podían ser de los nuestros...



Las quemaduras tardaron todo el verano en curarse. Después te marchaste, y eso sí que fue malo. Todavía hoy salgo al desierto algunas noches, e intento recordar los nombres de las estrellas, decirlos en voz alta como tú los decías. 

Todavía me acuerdo del sabor de tu pintalabios radioactivo.

lunes, 10 de diciembre de 2012

diciembre

Recoger las rodillas y encogerse en el sillón, debajo de la manta. Sostener entre las manos la taza de café caliente, mirar el cielo gris luminoso al otro lado del ventanal. 

Esperar a que llegue la nieve hoy, esta noche... Ahora.



lunes, 3 de diciembre de 2012

nunca más

Lupita quiso un día escribir poesía. Se sentía... se sentía, en fin, que no es poco.

Redactó unos versos sin rima, breves. Los leyó en voz alta. Paladeó las palabras, dejó que resbalaran por su lengua y que cayeran hasta el cuaderno abierto y las miró ahí, sobre el papel... muertas.



Arrugó la nariz, se puso las botas y se fue a la calle, donde viven las palabras. 

lunes, 26 de noviembre de 2012

ícaro

Siente el empujón brutal de la aceleración aplastándole el pecho, la vibración de los motores. Hundida en su asiento, imagina que el planeta alarga unas manos fibrosas para tirar de ella y retenerla, manos de gigante. Cierra los ojos, respira hondo.

De pronto se siente flotar: ligera y libre, hueca, minúscula en la cabina azul. Como un pájaro.



Sonríe. El cielo entero se ha abierto para ella.

lunes, 19 de noviembre de 2012

llueve tanto que

Cosas que parecen posibles mientras se escucha llover desde la cama, el despertador no ha sonado aún y una se resiste a abrir los ojos, a mirar el mapa que la luz de las farolas dibuja en el techo. Cosas posibles y muy razonables que se imaginan, o quizá se sueñan, pero que luego no.


Por ejemplo, escapar; echar a volar aferrada al paraguas, igual que Mary Poppins. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

por las mañanas

Mirar desde la acera cada mañana y ver a Lupita del otro lado de la luna un poco empañada ya, siempre a la misma hora, sudando sobre la bicicleta estática: el arco tenso de la espalda, el pelo recogido en una coleta nerviosa, los largos muslos como dibujados con el trazo elástico de un pincel...  





Cada mañana, como un reloj. Con una barra de pan tibio debajo del brazo, me paro y procuro mirarla por el rabillo del ojo, como el que no quiere la cosa.

Cada mañana. Religiosamente.

lunes, 5 de noviembre de 2012

M de Murphy

Esos días, ya se sabe. Cuando las cosas parecen cobrar vida y revolverse entre tus manos para acabar siempre en el suelo, estruendosas. Cuando descubres, al ir a desayunar, que no queda leche en la nevera. Cuando te encuentras el parmesano rallado convertido en una masa pegajosa del mismo color que la Cosa del Pantano. Cuando te quemas todos los dedos, los diez, mientras intentas freír una triste sartén de patatas.

Esos días en que, por muchas veces que lo intentes, no hay manera de que el embozado de la cama quede recto. Días de agua fría en la ducha y sin pasta de dientes, cómo no. Días de pantalla azul en el ordenador, en el móvil, en la televisión y hasta en la ventana.



Esos días, ya lo sabes, Lupita: cuando el universo entero parece confabularse en contra tuya y sólo cabe sentarse a esperar, respirar despacito y volver a empezar como si no hubiera pasado nada, a ver si así. 

lunes, 29 de octubre de 2012

profundos


Desde muy niña, Lupita ha odiado y ha temido por igual al mar. Esa inmensidad oscura que parece no acabar nunca, ese abismo lóbrego que se abre bajo tus pies cuando flotas entre las olas, el olor... Un olor que aprendió a detestar durante los meses de verano que pasó, a lo largo de su infancia, en cierta aldea norteña de pescadores: olor de peces muertos pudriéndose en la playa, olor de algas que se corrompen entre las rocas...



Aún hoy, tantos años después, sueña a veces con la charca de agua legamosa en la que jugaban los críos de la aldea... niños de pies palmeados y piel aceitosa...

lunes, 22 de octubre de 2012

jengibre

A Lupita, que se leyó la colección entera de Los Cinco ya ni sabe cuántas veces cuando todavía no necesitaba sostén, quien le caía bien de todos ellos era Jorge, claro, que en realidad se llamaba Georgina pero era un chicazo de tomo y lomo con pecas y el pelo corto. Los demás le parecían o bobos o pijos, o las dos cosas. Bueno, todos menos Timoteo, que era el perro. 



A Lupita le hubiera gustado entonces conocer a alguien como Jorge... pero tardó unos años y un par de tallas de sujetador en encontrarse con alguien que no se llamaba Georgina ni llevaba el pelo corto, pero que sí tenía pecas. Tantas y tan bonitas que, nada más verla por primera vez, supo que quería contarlas todas, una por una; empezar por las mejillas y no parar hasta haber rastreado el último palmo de piel... 

lunes, 15 de octubre de 2012

love me do?

Lupita, viajera en el tiempo, conoció en los primeros 60 a un jovencísimo Pete Best cuando estaba a punto de abandonar la banda con la que tocaba en los antros de Hamburgo. Con esos labios siempre rojos, vestida de negro riguroso y con un corte de pelo casi militar, se convirtió en una presencia arrebatadora en sus conciertos, siempre en primera fila, siempre eléctrica. Un día, durante un ensayo, les enseñó los primeros acordes y los primeros versos de I wanna be your dog, una travesura que no fue a más porque Paul arrugó la nariz con ese gesto suyo de qué es esta mierda...



Lupita se marchó antes de que lo hiciera Pete. Le hubiera gustado sustituirle a la batería, no podía dejar de imaginar cómo hubieran sido esos discos que se sabe de memoria con ella en los créditos y en las portadas... pero lo pensó mejor. Además, Ringo fue siempre su favorito...

lunes, 8 de octubre de 2012

Margarita

Cada mañana saca a pasear al perro a la misma hora, y cada mañana se cruza con una jovencita que espera el autobús, una muchacha que le recordó desde el primer día a alguien, no estaba segura entonces de a quién. Despacio, mañana tras mañana, la convicción ha ido creciendo: la curva de la nuca cuando lleva el pelo recogido, la manera en que inclina la cabeza, el perfil de esos labios... Lupita recuerda esos labios, esos primeros besos de hace tantos años, besos con sabor a culpa y a duda que le queman todavía en la boca. 

Cada mañana, antes de salir a la calle, decide que ese será el día en que le pregunte a la chica de la parada del autobús si por un azar su madre se llama Margarita, si puede ser que su madre sea esa Margarita... Cada mañana pasa de largo, el estómago encogido, y la mira de reojo al pasar, sin detenerse. 



Y cada mañana, la muchacha le devuelve la mirada, furtiva; intrigada.

lunes, 1 de octubre de 2012

artificial



La duda no es si los androides, sus cerebros sintéticos, sueñan o no con ovejas eléctricas. La duda es, y Lupita lo sabe bien, si un robot puede llorar...


lunes, 24 de septiembre de 2012

cuero y tacón


Lupita, que creció leyendo los tebeos de su hermano y heredó su biblioteca sobresaturada cuando él se marchó, se ha preguntado a menudo quién elegiría ser, de ser superheroína. Su primera opción ha sido siempre Kitty Pride, que tenía un dragón extraterrestre de mascota: la Kitty que escribió Claremont y dibujó Paul Smith. Con el tiempo, le atrajo también el lado retro de Canario Negro, con sus medias de rejilla, o la pulsión bondage de Wonder Woman, tan turbadora a pesar de ese uniforme absurdo de desfile del 4 de Julio. O la Viuda Negra, claro, cómo pasarla por alto. ¿La Mujer Invisible? No, siempre le pareció que, cuando no estaba en escena, se dedicaba a fregarle el laboratorio al doctor Richards, su tedioso marido... y por ahí sí que no.



Pero siempre que se fantasea como heroína de ficción llega a la misma, inevitable conclusión: nada de papel; Lupita mataría por ser la señora Peel, y ahí no hay vuelta de hoja: ironía, glamour y unas piernas de ida y vuelta. Muérete de envidia, Natasha Romanoff...

lunes, 17 de septiembre de 2012

crisálida

Lupita, que ha crecido soñando con vacaciones lunares, aerocoches, autopistas elevadas y ciudades submarinas, fantasea a veces con la idea de convertirse en robot, en autómata o en cyborg.



 Imagina que cuelga su matriz neurológica en un servidor potente, y se descarga a sí misma en sucesivos cuerpos artificiales con los que contemplar tormentas solares desde la superficie abrasada de Mercurio,  surfear en los anillos de Saturno, explorar el océano oculto de Europa o cabalgar a lomos de un cometa hasta los confines del Sistema Solar para allí desplegar sus alas transparentes, kilométricas y sutiles, y planear, empujada por los vientos solares, hacia la oscuridad exterior, alcanzar a la nave Voyager y adelantarse, ver qué hay más allá...

Lupita sueña.


lunes, 10 de septiembre de 2012

7 días

Todo genial, en serio. En San Francisco pasamos un frío de no creérselo, y sin embargo en Las Vegas nos asamos, pero es que está en el puto desierto, a ver qué esperas si no. 

No, una sensación curiosa, como estar dentro de una peli, ¿sabes? Tragaperras, neón por todas partes, mucho brillo, mucho dorado... Como Disneylandia, pero para mayores, para adultos. Bueno, y para paletos, que había cada uno...

El Gran Cañón me encantó, pero casi me muero del calor. Y Nueva York... bueno, es que no sé explicarlo, había tanta gente... nunca había visto tanta gente, en serio. Y todo te suena, como si llevaras viviendo allí toda la vida, pero más grande. Todo muy grande, enorme. Yo vi una tarde una rata así de grande... ahí, en medio de la calle...


¿Lupita? No, ella se quedó allí. Yo tenía que volver, se me acabaron las vacaciones y hay que currar. Además, que lo de carretera y manta no me va mucho, la verdad... Sí, me dijo que pensaba llegar a las cataratas del Niágara, y que allí va a estar una semana. Que por ti no espera ni un día más.

Así que tú sabrás, guapo... Más te vale mover el culo.

lunes, 3 de septiembre de 2012

ráfagas

Comer en la calle, sentarse en el bordillo, o quizá en el respaldo de un banco, sentarse y comer a dos carrillos: un perrito de película americana, un bocadillo generoso... Para Lupita es igual que reírse con ganas, a carcajadas, y le encanta hacerlo. Las dos cosas: reírse y comer en la calle.



También le gusta comer con los dedos, y beber cerveza fría de la botella, sin vaso, beber mientras mira desde el balcón a los gatos furtivos que buscan su cena a cámara lenta entre los contenedores de basura...

lunes, 27 de agosto de 2012

sangre

Muchos años después, Lupita recuerda todavía cada detalle de la catástrofe: el final del sueño de Xavier, el incendio que devastó el barrio gótico, ese momento en que la realidad se resquebrajó y cambió y todo se convirtió en otra cosa, en otro tiempo, en otro mundo. 

Conserva algunas fotografías del grupo, con esos uniformes que les hacían parecer a los Spandau Ballet del primer disco, y le gusta repasarlas de vez en cuando, asegurarse de que su memoria no se ha borrado, como ha ocurrido con la de todo el mundo. A veces sueña que esas fotos son lo único que queda de su recuerdos, y que se desvanecen hasta quedar en blanco, meros rectángulos de papel. A veces sueña que todo fue un sueño, y al despertar no sabe bien qué sueño soñó, qué fue real y qué no.


Ahora, en el tiempo libre que le deja su tarea de piloto en la línea de dirigibles transcontinentales, se dedica a rastrear a sus antiguos compañeros. Despacio, uno tras otro, los va localizando, y comprueba que aún late en ellos lo que los hizo especiales. Despacio, en silencio, prepara la Resistencia. Y sangra, ha vuelto la sangre a sus manos y a sus pies... Sangra y sabe que es una señal, que cada gota es un dígito de la cuenta atrás.

lunes, 20 de agosto de 2012

la vuelta al mundo

Lupita pasa el dedo por los lomos alineados y repasa los autores: Frank Yerby, Vicky Baum, Frank G. Slaughter, Pearl S. Buck... No recuerda a Pearl S. Buck, no le acaba de encajar Pearl S. Buck en los gustos de su abuelo... El Don apacible, El otro árbol de Guernica... Se detiene ahí, recuerda haberlo leído varias veces, en veranos sucesivos. Lo abre con una sonrisa, huele a papel viejo, el polvo se le queda en la yema de los dedos...

Toda la casa huele a papel viejo, en realidad, aunque apenas queden ya libros. Camina hasta la cocina: todo es más pequeño de como lo recuerda. En la alacena están todavía los tazones descascarillados de sus desayunos de entonces, pero el fregadero sí lo cambiaron, ahora es uno normal, de los de acero inoxidable y dos senos. Todo es más pequeño, sí: el salón también, con sus sillones demasiado bajos y ya desfondados; el pasillo en penumbra, los dormitorios, incluso el rellano de la escalera. En la puerta de enfrente tampoco viven ya... no recuerda el nombre de ninguno de ellos, solamente su extrañeza cuando supo, de muy niña, que habían venido de El Aaiún: no entendía que, siendo africanos, no fueran caníbales.



Y por fin lo encuentra, entre un montón de carpetas llenas de fotos desordenadas y recortes de viejos periódicos. Un cuaderno grande, cuadriculado. En la primera hoja, escrito con su pulcra letra de niña y boli azul, el título: LA VUELTA AL MUNDO DE LUPITA, y debajo una salchicha dibujada con lápices de colores, una salchicha que es un dirigible, claro, y en la góndola, detrás de un ventanal panorámico, un muñeco de palo con la cabeza redonda y dos coletas coloradas... Se sienta en la cama para hojearlo, con los ojos húmedos y una sonrisa. Ya no lleva coletas, pero todavía se muere por ir a Japón.

lunes, 13 de agosto de 2012

Saturno


Querida Lupita, cuando escuches esta grabación todo habrá terminado. Imagino que te habrá llegado noticia ya del accidente, y estoy seguro de que estarás haciendo todo lo posible para venir hasta aquí y buscarme entre los supervivientes, si es que los hay. Pero no me encontrarás en los vehículos de rescate. Ni yo mismo sé bien qué ocurrió, sólo recuerdo la explosión, carreras por los pasillos, enfundarme el traje y la sensación de caída. Después, nada... 

Cuando recobré el conocimiento, la IA del traje se había ocupado de cauterizar y coser mis heridas y me dio las coordenadas de nuestra órbita y la cuenta atrás: caigo hacia Saturno, Lupita. Sin remedio, sin posibilidad de rescate, muy lejos de cualquier ruta codificada. Ahora mismo, todo mi campo de visión está ocupado por los anillos. Una belleza, te encantaría poder verlo desde tan cerca. Ya lo creo: te encantaría.

Los calmantes me nublan un poco la cabeza. Giro sobre mí mismo muy despacio mientras caigo. Ahora es todo lo que puedo ver: las franjas de la atmósfera, que se diluyen entre sí. No se parece a Júpiter, aquí todo está desdibujado, como en un sueño que apenas si puedes ya recordar...


Otra vez los anillos. ¿No me quieres dar la mano? Vamos a mirarlos juntos, Lupita, sé que te gustará...

lunes, 6 de agosto de 2012

geografía

Lupita limita al Norte con Pauline, que suele pasear por playas asturianas y disfruta inventando frágiles historias de amor en miniatura, y limita al Sur con Dorothy, que nunca llegó a viajar a Oz: de haber estado allí, con toda seguridad no hubiera querido regresar a Kansas, a ver de qué...

 Lupita limita al Este con Esperanza, que fue la punkette más rrrrrriot de Hoppers y hoy es la maestra más pintona de la escuela, y la más guapa también, con ese pelo corto despeinado y entrecano y esas gafas de pasta... Y limita al Oeste con Elba, esa niña que sabía abrir escondites de bolsillo en los que ocultarse a plena luz y desaparecer como si nunca hubiera estado ahí.



Lupita es un clima continental benigno, tanto que permite la incógnita de un bosque húmedo cargado de promesas. Es también el Cantábrico en días de bandera roja, y  largos atardeceres de cielo azul. Y el sabor salado del mar en la piel...

Y es también, a veces, las menos, tormenta de hielo y nieve, encerrada a solas en su Fortaleza de la Soledad...


lunes, 30 de julio de 2012

polar



Son cosas que no se olvidan: el crujir de la nieve, el frío que enciende las mejillas, el sabor de la boca blanda de Lupita...

lunes, 23 de julio de 2012

wild thing

Hay días en los que, al llegar a casa, Lupita se sirve una copa de vino blanco muy frío, tanto que casi hace que le duelan los dientes, y pone un disco de The Jesus & Mary Chain muy alto, y se pasea a medio desvestir bebiendo sorbos pequeños, a la deriva en plena tormenta eléctrica. Las piernas largas enfundadas todavía en las medias de colores, mira por la ventana y cierra luego los ojos y suspira, apura la copa de un trago. 

Esos días en los que hace falta ruido, mucho ruido: capa sobre capa de distorsión ahogando el latido del tambor... para vaciar la mente, para templar los nervios, para no romper nada: sobre todo, no romper nada.



Y le viene a la cabeza la imagen de aquel muppet melenudo que desencadenaba el caos detrás de la batería, y sube el volumen un poco más, se deja arrastrar por el chirrido como de serrería industrial y apura la segunda copa con una sonrisa.

Esos días.

lunes, 16 de julio de 2012

hot

A Lupita la conoció en París, cuando ya había dejado de ser una fiesta. Era una de esas mujeres de caderas lentas y mirada perezosa que todo lo incendian con su mera presencia, y venía del brazo de una escritora que sería famosa muchos años después, una vez fallecida. La miró y sintió que se le humedecían las entrañas. Cuando ella le devolvió la mirada, los párpados entreabiertos, tuvo que buscar dónde sentarse. Todo el local olía como ella.

Su carrera de pintor no llegó a despegar nunca, y se volvió a los Estados Unidos con el fracaso tatuado en el rostro y sin Lupita, que le organizó en los baños públicos del aeropuerto una ardorosa despedida que le dejó los labios hinchados y las piernas de algodón en rama.


Despacio, minuciosamente, se labró una carrera mediocre en publicidad, y acabó como ilustrador del Reader's Digest, un erial creativo del que a veces se resarcía firmando con seudónimo unas cubiertas vigorosas y turbadoras para oscuras novelitas de bolsillo. En todas ellas puede adivinarse la boca húmeda de Lupita, su perfil blando, la curva de sus caderas.

Murió sin haber vuelto a saber de ella, y unos años antes de que sus trabajos fueran reivindicados por arqueólogos de lo pop a la busca de joyas olvidadas.

lunes, 9 de julio de 2012

SN


 La primera vez fue por trabajo. Siempre, después de cada encargo, procura ocultarse en la multitud, y pasear esa tarde entre tanta gente le pareció la opción lógica. Entró en una pequeña carpa y se sentó a escuchar a una mujer de rostro luminoso y cabellos blancos, una escritora de voz cálida que hablaba de una literatura atroz y bellísima, con la que coincidió esa misma noche en un restaurante. Le agradó la atmósfera de actividad febril que saturaba el ambiente, la sensación de que siempre esté ocurriendo algo, y no pudo dejar de apreciar la ironía de esconderse a la vista de todos y en un festival dedicado a lo criminal.


Desde entonces, Lupita ha vuelto cada año sin faltar uno. Le gusta caminar contemplando la playa, le gusta el aroma ácido de las tabernas donde la sidra salpica el suelo gastado, le gustan los cielos grises y el habla cantarina de los asturianos.

Le gusta también mezclarse, saberse sola entre una multitud ruidosa, ella que conoce cien formas silenciosas de matar.

lunes, 2 de julio de 2012

wonderland

Cuando Alicia volvió a cruzar el espejo, se encontró con que Lupita había derrotado al Jabberwocky, y lo había decapitado después, para deleite de todos. Descubrió también que era su sonrisa la que no terminaba de desvanecerse en la penumbra boscosa, y su lápiz de labios el que dibujaba la boca jugosa de la Reina Roja. 


Supo, en fin, que su tiempo había pasado, y se volvió por donde había venido.

lunes, 25 de junio de 2012

múltiple

La mera existencia de la máquina supone un torbellino probabilístico, y cada vez que Lupita se sienta a los mandos y la pone en funcionamiento, un número infinito de posibilidades se baraja de manera automática y al azar, generando un número también infinito de universos por explorar. En ninguno de ellos hay otra Lupita con la que encontrarse: la realidad se protege a sí misma de una paradoja que sería letal.



Así, viaja a sabiendas de que hay un número infinito de copias posibles de sí misma en otros mundos, inaccesibles tras los muros de la improbabilidad. Viaja y le gusta imaginar a todas esas otras Lupitas: pilotando un biplano en plena tempestad, a bordo de un dirigible rumbo a islas inexploradas, defendiendo a sangre y fuego la independencia de las colonias marcianas, escribiendo turbadoras novelas simbolistas, incendiando barricadas bajo una bandera negra, peleando contra los cascarudos en las calles de un Buenos Aires nevado... viviendo otras vidas, posibles o imposibles.

lunes, 18 de junio de 2012

gorgonzola

Los sonidos del frigorífico: un ronroneo metálico, un fórmula 1 que acelera, una granizada súbita de cubitos de hielo, el motor de un biplano que hace una pirueta en bucle hasta que de pronto tartamudea y se detiene en seco... caída libre.

Lupita, sentada en la cocina, escucha mientras abre otra cerveza fría. Con el primer sorbo, que es siempre el mejor, imagina un paisaje habitado por minúsculos y perplejos osos polares y atareados pingüinos mecánicos, iluminados por un eterno crepúsculo azul. Un paisaje no-frost de papel de aluminio y dunas heladas de gorgonzola... 


"Vaya horitas...", se dice a sí misma. Sonríe...

lunes, 11 de junio de 2012

nieve

Lupita se acuerda del primer beso como si se lo hubieran dado ayer mismo. Nevaba, y el jardín del patio trasero parecía cubierto de algodón de azúcar. Le supo a gloria, le encendió la garganta e hizo que toda su piel se erizara y que el aliento abandonara su pecho. Se acuerda todavía hoy, y todavía hoy siente el arrebato de rubor en las mejillas.


Apenas conserva más recuerdos: una semana después, con la nieve transformada en barro sucio, fueron avistados los primeros cilindros procedentes de Marte, y a los pocos días tuvo que aprender a usar un arma. Desde entonces, en su memoria solamente queda lugar para una permanente huida, imágenes borrosas de miedo y de sangre... y ese día de nieve que no se le va a olvidar nunca.

lunes, 4 de junio de 2012

relatividad general

 Los agujeros negros son cuerpos cuya masa es tan grande que la gravedad que generan no deja escapar ni siquiera la luz. Lo que podemos ver de ellos es lo que denominamos horizonte del suceso: la distancia máxima a la que no se puede escapar de su atracción. Si un cosmonauta viajara al interior de un agujero negro, al atravesar el horizonte del suceso se encontraría con que espacio y tiempo intercambian sus papeles: el espacio transcurre y el tiempo se podría medir en centímetros.

En el centro de todo agujero negro se oculta una singularidad, un punto del espacio en el que la gravedad alcanza valores infinitos. Un punto que, al haber cambiado espacio y tiempo sus funciones, no ocupa un lugar determinado, sino que se remonta hacia delante y hacia atrás en el tiempo, en el futuro y en el pasado.



Sé mucho más de agujeros negros de lo que voy a saber nunca sobre Lupita, qué más quisiera... Lo que sí sé de ella con toda seguridad es dónde se localiza su horizonte del suceso: podría trazarlo con los ojos cerrados... lo dibujaría con la punta de la lengua...

lunes, 28 de mayo de 2012

silent running

De su paso por la Base Cavor, previo a su estancia marciana, a Lupita le queda la memoria de una llanura fractal, un paisaje gris y plata pixelado por varios miles de gigantescas parabólicas: el complejo LEM, dedicado a filtrar hasta el último bit de potencial información  encriptada en la radiación que a diario abrasa la superficie lunar.

Lupita recuerda el silencio que reina en las instalaciones, la minuciosa actividad de los robots encargados del mantenimiento, la atmósfera monacal propiciada por la misión: discriminar, analizar y traducir posibles señales extrasolares de origen inteligente, elaborar una hipotética respuesta, especular una improbable conversación milenaria a través de las estrellas.



En su espera eterna al borde del abismo azul, en su burbuja de tiempo detenido, Lupita imagina una luna liberada ya de la órbita terrestre, a la deriva en un sistema solar disgregado y muerto, muchos millones de años en el futuro... Imagina a los robots LEM, incansables y silenciosos, vigilantes entre las antenas de plata y hormigón, sus ojos ciegos alzados hacia el pálido resplandor de la galaxia...

lunes, 21 de mayo de 2012

Machen

Lupita pasea por Providence, ciudad solemne y oscura, con un joven y desconfiado Howard Philips. El muchacho le esquiva la mirada y Lupita no sabe bien si la está escuchando siquiera. 

De vuelta al vehículo temporal cantará las cuarenta al resto del equipo: "Hubiera sido mejor enviar a hablar con él a mi madre", dirá: "al menos, a ella la hubiera mirado". 

En el puente, el resto del grupo celebrará la broma: Marinetti, Wells, Cortázar y Lupita, miembros estables de la Liga Cronoilógica, en misión de reclutamiento. En un punto indeterminado del futuro, que quizá es hoy, una pesadilla tentacular y múltiple devora la realidad y se abre paso hacia nuestro presente, que será mañana, o quizá fue ayer.



 "De Robert Howard, entonces, ni hablamos...", la retranca de Julio. "¿Quién nos queda?"

lunes, 14 de mayo de 2012

submarina

El tiempo parece detenerse, el aire se estanca y la vida es eso que transcurre al otro lado de la puerta cerrada con llave. Esos días. Lupita los llama días de batiscafo, una expresión que leyó no recuerda ya ni cuándo ni dónde, pero que a ella se le antoja de color azul. Días en los que siente que ha descendido a los abismos submarinos, mucho más abajo de lo que nunca el capitán Nemo pudo llegar a bordo de su Nautilus. Días en los que puede ver cómo las paredes se comban por la presión, y puede sentir el agua que chorrea de las juntas. Esos días, cuando al otro lado de las ventanas acechan sombras que son todo dientes y gelatina, criaturas lentas y múltiples que nunca han visto la luz del día o el color del cielo.


En esos días submarinos, Lupita hace tiempo que decidió no esperar a que el sonido de unas botas emplomadas le anuncien que el buzo está ahí, que por fin ha llegado el equipo de salvamento. Ahora se obliga a salir de la cama, se obliga a apartar a patadas los peces que boquean en el suelo de la cocina, fuerza la subida a la superficie y se salta, porque así es ella, todos los protocolos de descompresión. Con los puños apretados, respirando hondo.



lunes, 7 de mayo de 2012

nocturno

Lupita sale al balcón cada noche, antes de irse a dormir. Le gusta quedarse ahí unos minutos y mirar el centro comercial de enfrente, con su silueta de nave espacial varada. Mira las ventanas al otro lado de la calle, casi todas iluminadas. Los coches aparcados, los pocos transeúntes que van y vienen con prisa, los dos bares que se disponen ya a cerrar. Hay ruido de vasos, conversaciones en sordina, un lejano rumor de tráfico.

Un gato gordo y sucio trota en diagonal, indolente, y se pierde entre los cubos de basura. Un repartidor de pizza acelera el ciclomotor por dirección prohibida, derrapa al virar a la derecha, continúa, desaparece.


Antes de volver adentro, Lupita mira el cielo oscuro. Solamente se distingue el fulgor acerado de la Estación Espacial, anclada en su órbita geoestacionaria: la primera estrella que se ilumina cada tarde, la última en parpadear cada mañana, como atrapada en la maraña de antenas del centro comercial...La mira y sonríe: esta noche soñará también con viajar a Marte y ascender hasta la cima del volcán Olimpo...

lunes, 30 de abril de 2012

(alambre y hueso)

Lupita artificial, de alambre y cartón, de látex y cristal. Sentada en un rincón, aguarda en silencio a que regrese J. F. Sebastian a darle cuerda, ese impulso espástico que devuelva el movimiento a sus piernas largas y le permita saltar, bailar, caminar. Espera y espera mientras en la calle llueve sin cesar, y el polvo se espesa despacio en su cabellera negra y sobre sus hombros desnudos.


Nadie viene, y mil corazones mecánicos detienen, uno tras otro, su tic-tac. Dejan, uno tras otro, de latir.


Queda el rumor de la lluvia y del tráfico. Nada más.

lunes, 23 de abril de 2012

invisible

Descubrió que le gustaban las otras chicas cuando todavía no tenía que llevar sostén, y se sintió rara como un ciempiés. Rara, frágil y muy fea. Durante mucho tiempo se escondió de sí misma, miró para otro lado, jugó a ser otra. Se hizo invisible.

Cuando conoció a Lupita se mordía las uñas hasta la raíz y vestía como un deshollinador. Fueron meses vertiginosos, cada mañana venía con una avalancha de dudas y cada noche se iba a dormir con un incendio en la garganta. Rió y lloró como nunca había hecho, gozó de cada minuto del día y de cada centímetro de su piel. Cambió, creció: un año después, cuando Lupita se marchó, nadie la hubiera reconocido de cruzarse con ella por la calle...



Hoy no es ya invisible: viste de rojo, de naranja y de blanco, y brilla como un relámpago. Se ha cortado el pelo muy corto y camina siempre por la acera de sol. Y no ha vuelto a esconder la mirada... Ya no.


lunes, 16 de abril de 2012

a veces pasa

Siempre le pareció el colmo de lo cursi eso de ser la chica del bajo o, peor aún, la de los teclados. Lupita, desde que de pequeña vio esa película con Tom Hanks y Liv Tyler, quiso siempre tocar la batería, y se pasó la adolescencia aporreando botes de detergente en polvo y tambores de juguete y rodeada de atildados chavales que parecían preocuparse más por combinar los colores y tener la actitud adecuada que por seguir el compás.

Le costó mucho sudar en el local de ensayo y muchas peleas cuajar una formación estable y con carisma, y le costó muchas horas extra reunir el dinero para prensar un vinilo de color naranja y portada azul, con seis canciones burbujeantes y que se tituló como la banda: Lupita y los centauros

Vendieron exactamente 603 copias, sonaron en las radios adecuadas, tocaron en un puñado de salas con media entrada y telonearon en un par de ocasiones a Cooper, que no está nada mal. 


Se disolvieron porque sí: a veces pasa. 



Hoy, Lupita guarda en casa su batería y 1397 copias del disco. Todavía ensaya una o dos veces por semana, y escribe canciones que seguramente no va a escuchar nadie. Dejó de fumar y está pensando en comprarse una vespa...

lunes, 9 de abril de 2012

nadie hubiera creído...

Lupita se levanta una mañana lluviosa y encuentra en la cocina, sobre la encimera roja, una piedrita minúscula y blanca. ¿De dónde ha podido salir? Anoche no estaba ahí. Mira alrededor, al techo blanco. La coge entre dos dedos: pesa, nada de yeso. La deja donde estaba. Piensa en cucarachas, que le producen un asco abisal, pero son bichos que van y vienen sin equipaje, nada de llevar piedras a cuestas. ¿Otro insecto, un animal industrioso que trabaja en turno de noche detrás de los armarios?

De repente, la superficie lisa de la encimera se transforma en una llanura marciana, terreno hostil y desconocido. La cocina entera es un cosmos malévolo y Lupita , increíble mujer menguante, lo enfrenta en solitario.


Vuelve a coger la piedrita entre los dedos índice y pulgar, la tira con mucho cuidado a la basura y a otra cosa, que es lunes y hay que arrancar.

lunes, 2 de abril de 2012

los buenos días

A Lupita le gusta cortar el tomate con un cuchillo grande y sazonarlo después, echarle orégano y un buen chorro de aceite. Le gusta beber un poco de vino blanco mientras trastea en la cocina, vino blanco bien frío. Le gusta la tortilla de patata con mucha cebolla; la hace jugosa y en una sartén pequeña, la deja enfriar y se la come con pan crujiente y queso tierno de cabra.  De una sentada, mirando la calle por la ventana.

A Lupita le gusta cenar con una copa de vino tinto. 



Todo esto lo contamos porque son cosas que importan, cosas que pueden hacer de cada día un buen día.

lunes, 26 de marzo de 2012

doppelgänger

Lupita juega a veces a ingresar en el programa de protección de testigos. Imagina que nunca podrá volver a su ciudad costera. Imagina que cambió de peinado y de manera de vestir, y aún así mira de reojo en el metro, en el supermercado, en la cola del cine. Ha aprendido a disimular su acento y camina diferente a como caminó siempre, y algunas noches sueña que es quien dice ser, y no quien fue.


Mira por encima del hombro, vigila en los escaparates el reflejo de quien se detiene a su lado: teme que alguien pueda reconocerla...



El problema es que no consigue ya recordar su nombre anterior...

martes, 20 de marzo de 2012

primavera roja

Todo viaje espacial es una sucesión de esperas prolongadas, y Lupita esperó seis largos meses de treinta días terrestres en la base Lowell, mientras se completaba el ensamblaje en órbita de la Discovery II. El frío feroz y ese polvo liviano que parece superar todos los filtros para teñir cada superficie de una vaga sombra rojiza, hacen de la vida en Marte una rutina férrea, casi obsesiva.

Lupita, agotada, pasó cada atardecer de esos ciento ochenta días en el mirador, parapetada ante una mesa y una taza de espeso café humeante, contemplando el horizonte quebrado y escribiendo cartas con su letra minuciosa, largas cartas en las que hablaba del quehacer cotidiano en la base, del paisaje marciano, de los colonos y sus extraños modales, de sus recuerdos y sueños, de ese vehículo colosal que nunca terminaba de estar listo.



Mientras escribía, Lupita no podía evitar una sonrisa traviesa. Imaginaba la sorpresa de quien recibiera la carta, ese sobre azul, el pulcro anagrama del Programa Espacial, el escueto remite: Planeta Marte

Otro sorbo de café, Fobos y Deimos brillando ya en un cielo cada vez más oscuro, otra cuartilla: Querida M...


lunes, 12 de marzo de 2012

días extraños

Cuando se cansó de viajar en el tiempo, Lupita se instaló en el Nueva York de los años treinta. Se ganó la vida escribiendo para los pulp narraciones tumultuosas y de finales tentaculares que le proporcionaron una cierta consideración entre los aficionados más atentos, si bien sus personajes no llegaron a hacerle sombra a La Sombra. Después de la guerra mundial, y tras un largo silencio, se dedicó a escribir ciencia ficción de mayor calado. Sus novelas, ambientadas en un futuro distópico de teléfonos portátiles inteligentes y telarañas cibersociales, estaban pobladas por astrónomos melancólicos en busca de exoplanetas remotos, y carecían de esa efervescencia que caracterizó al género durante los años cuarenta y cincuenta. Se convirtió en escritora minoritaria y de culto, reverenciada por unos pocos.

Más adelante publicó un último libro. Dirigido al público infantil, estaba protagonizado por una viejita voladora que anidaba en los tejados de la ciudad y acechaba a los niños: entraba por la ventana durante la noche y les arrancaba la lengua para alimentarse de su carne tierna, cosiéndoles luego la boca para ocultar el daño. Una fábula cruel que le valió la celebridad entre los jóvenes beatniks y el rechazo feroz del resto del país. El libro fue retirado de las bibliotecas y quemado en público por una legión de padres atemorizados.



Lupita, después del revuelo, desapareció. Subió a la azotea del edificio de apartamentos donde vivía y, sin más, se desvaneció en el aire. Sin dejar más rastro que todas esas palabras, todas esas historias.

domingo, 4 de marzo de 2012

cazadora de cuero

Las piernas de Lupita desnudas en la acera gris. Botas de paraca y chupa de cuero gastado, dos tallas demasiado grande para sus hombros escuetos. Delante del Rockola bebiendo litronas, a ella siempre le daban veinte duros cuando se acercaba a alguien y le pedía para el metro, para un taxi, para volver a casa, para un bocadillo, excusas que nadie creyó nunca, pero daba igual. Un cigarrillo rubio y el rojo de labios corrido.



Me acuerdo de ella en un concierto de Larsen. El tumulto a pie de escenario, botar y rebotar, el ruido infernal, escupitajos, resbalar en los charcos de cerveza. Salió de allí limpia, como si estuviera protegida por el campo de fuerza de Unus el intocable. Hacía frío fuera. Fumamos el último cigarro a medias, sentados en el bordillo entre dos coches. Le gustaba morderme los labios. Me gustaba que me los mordiera: el sabor de su boca y el sabor de mi sangre...




lunes, 27 de febrero de 2012

Valentina

Lupita se siente hoy como si hubieran pasado cien años desde que decidiera retrasar su ingreso en el Programa Espacial y marcharse a París con él en un coche de segunda mano. Después del vértigo de una habitación desde la que se veían los tejados y las viejas chimeneas, como en esas películas de Godard, llegaron una órbita estable de cien años y dos hijos que acabaron transformados en ultracuerpos, intrusos que, por suerte, regresaron ya a su planeta, como hizo él hace tiempo (y menos mal). Cien años, también, tardó su madre en apagarse: su memoria se fragmentó primero y fue borrándose después, despacio, segmento a segmento, como la de HAL9000. Ese dolor.


Cien años y de repente despertar una mañana, esta mañana, hoy. Deambular por una casa que no reconoce, abrir ventanas, dejar que entre la luz, el rumor del tráfico. 

Cien años después, Lupita decide que es buen momento para empezar de nuevo. Sola, como la Tereshkova.

domingo, 19 de febrero de 2012

cielo



En el metro, una chica de pelo corto muerde una manzana verde. El aroma acuático, el crujido de la fruta y sus ojos azules crean un contraste tan luminoso que Lupita la mira con una sonrisa y decide que ese va a ser un buen día: el mejor de la semana, quizá.

lunes, 13 de febrero de 2012

blue

Lupita, dejándose llevar de su vena artística, tardó un tiempo en decidir qué podía hacer con su cámara nueva. ¿Una fotografía diaria de la misma esquina a la misma hora? No, eso lo ha hecho ya todo el mundo. ¿Fotografíar cada día un rincón del barrio? No, demasiado obvio. Mientras meditaba, no dejaba de encuadrar en la pantallita las cosas que había a su alrededor, y de pronto tuvo una idea fulgurante: una fotografía diaria de sus propios pies, siempre con calzado distinto, con medias diferentes...



Para bien o para mal, los entusiasmos creativos le duran poco a Lupita. Doce fotos después, cuando ya se había hecho dos de ellas descalza, se dio cuenta de que lo que necesitaba era un par de botas nuevas.

lunes, 6 de febrero de 2012

allons-y!



Lupita supo desde muy niña que, antes o después, llegaría a ser una viajera del tiempo. Cuando por fin apareció la cabina azul en su jardín, ella llevaba años preparada y con el equipaje hecho: gafas de sol, botas altas y un cargamento de gominolas de colores.

sábado, 28 de enero de 2012

godard

A Lupita le gustan las medias de colores.Las guarda en un cajón grande, amontonadas: verdes y rojas, azules, con franjas o lunares, lisas y estampadas, de lana, de algodón o lycra, de seda, hasta medio muslo o enteras... Puede tardar una hora en elegir cuáles ponerse, qué combina mejor con la minifalda negra y con esas Dr Martens floreadas, o con el color del pintalabios.



 Guarda también ahí, entre las medias, en una cajita lacada de color rosa Hello Kitty, la pistola: negra y compacta como un aerolito.

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