lunes, 28 de noviembre de 2011

rojo


Lupita sangra por las llagas de las manos y de los pies, y a veces levita un poco, unos centímetros nada más, para no pisar los charcos de camino al colegio. Su madre pensó, la primera vez que vio las manchas rojas en las sábanas, que era demasiado pronto… Tardó en darse cuenta.

Los médicos se encogen de hombros y remiten a la paciente a otro especialista, y a otro, a otro más. Y ella los mira desde la silla, las manos abiertas en el regazo.

En el colegio no la admiten ya. Los otros niños le hacían el vacío, no se atrevían a sentarse a su lado, la evitaban en los pasillos. Y los profesores se ponían pálidos al ver las vendas empapadas de rojo cuando levantaba la mano… y la levantaba siempre, porque siempre sabía la respuesta.

Lupita mira ahora por la ventana y espera.

domingo, 27 de noviembre de 2011

equilibrio


Lupita cabeza abajo, mirando por la ventana ojival del puente de mando. Los filtros codifican la radiación salvaje del exterior y muestran del otro lado un sol azul compacto y redondo, denso como el infierno. El tiempo detenido convierte la escena en un fotograma aislado que se alarga despacio, muy despacio, hacia un futuro incierto en el que la astronave caerá, quizá, hacia la estrella de neutrones. Quizá.

Y Lupita, congelada en ese momento eterno, no deja de mirar...

B-52


A veces entra en el piso un moscardón gordo y parece perdido, vuela deprisa, nervioso, zumba como un bombardero. Lupita corre a abrirle la ventana del otro lado del salón para que salga, y piensa que el moscón sigue una ruta de milenios y es ese edificio absurdo del que no sabe salir el que de pronto apareció en el medio, de la nada.

mandarina


A Lupita le gusta mirar a las chicas guapas en el tren. Por nada, por el gusto de hacerlo. Flequillos geométricos, bocas dibujadas en rojo, vestidos de flores. Le gusta ver lo que leen, si leen algo, y le gusta adivinar la música que escuchan en el mp3 por cómo agitan a veces la cabeza (despacito, casi sin que se note) o por cómo sonríen para sí, o por cómo mueven el pie derecho. 


Una mañana se fijó en una chica que caminaba en sentido opuesto a la marcha del tren mientras éste entraba ya en la estación,  como si quisiera huir. Llevaba un vestido corto de color naranja y medias de estampado numérico. Cuando pasó a su lado (olía a mandarina y era muy temprano por la mañana), imaginó un tren larguísimo que no acabara nunca de llegar a destino…

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