Por ejemplo, una habitación llena de Lupitas de diferentes momentos, de cinco minutos antes o después, Lupitas niñas y Lupitas ancianas, una Lupita adolescente de medias rotas y lápiz de labios negro, cien Lupitas en una habitación intentando coordinarse para reparar una avería en el condensador de fluzo que no hay manera.
Por ejemplo, Lupita povocando que sus abuelos no lleguen a conocerse nunca, de manera que su madre nunca nazca y eso a ver dónde deja a Lupita y dónde nos deja a todos nosotros, si nos paramos a pensarlo.
Por ejemplo, ese tropiezo que es un clásico que ya nadie se cree pero quién sabe, pasearse por el cretácico y pisar por accidente un bichejo cuya muerte genere, en cascada, una imparable sucesión de desvíos que desembocan, a la vuelta, en un planeta dominado por elegantes reptilianos, o por simios sesudos, o por babosas inteligentes, vaya a saber.
Toda eso, y más, lo sabe Lupita de sobra antes de entrar en la Máquina por vez primera. Lo sabe de sobra porque ha hecho los deberes y se tiene aprendidos de memoria a Wells y a Heinlein, a Lem, a Bradbury, a Bruce Jones. Lo sabe de sobra porque, además, se lo han remachado en la Academia y hasta está escrito bien claro, por si las dudas, en el interior de la Máquina, lo ve en cuanto que entra...
Lo que no se le ocurrió a nadie antes es que, si hablamos de viajes temporales, no hay ni puede haber una primera vez, porque una vez se pone en marcha el bucle no tiene ya vuelta atrás, por así decir, y así son las cosas.