lunes, 28 de enero de 2013

tenebrae


Cuando anunció su embarazo no se lo quiso creer nadie. Demasiados chistes sobre Herodes y sobre parásitos del espacio exterior. Además, que a nadie se le hubiera ocurrido jamás decir de Lupita que era... eso, maternal. 



Por fin, y para pasmo de todos, dio a luz a una niña de piel blanca como la nieve y de pelito, en fin, negro como la noche. Alguien le preguntó: ¿y ahora qué? Y ella contestó: ¿a tí que te parece?, la vestiré de negro y la llamaré Miércoles.

Del padre, si lo hubo, nadie preguntó, ni Lupita dijo nunca nada. Aunque, bueno, cuando los teléfonos empezaron a sangrar y las tormentas fueron de azufre, a alguien se le ocurrió que quizá... pero era ya un poco tarde. Para todo.

lunes, 21 de enero de 2013

E N I G M A

En el Metro, Lupita se fija en un hombre que, a su lado, lee un libro de García Márquez. Se da cuenta de que vocaliza  en silencio mientras lee y le hace gracia, le recuerda a su abuela, que devoraba con fervor las novelitas de Corín Tellado cuando todavía podía leer, y hacía esa misma mímica turbadora que a ella, muy niña, le hacía pensar en brujas amables que musitaran sus conjuros en voz bajita para no molestar a nadie.

No puede apartar la mirada de esa boca que se mueve en silencio, y se le ocurre de pronto que quizá no sea la historia de los Buendía la que está articulando: quizá se trate de un código mudo que sólo alguien ducho en lectura de labios puede descifrar. Y mira a su alrededor, inquieta. Se pregunta quién será el oscuro intérprete que descifre la clave, cuál será el mensaje. Casi siente cómo se tensa a su alrededor el entramado, la tela de araña de la conspiración.



En la siguiente estación, él cierra el libro de golpe y se baja con prisa, se pierde entre la gente. Como si se sintiera descubierto, piensa Lupita...

lunes, 14 de enero de 2013

norte

No había cumplido los catorce y ya Lupita había decidido que lo mejor de ser chica son las botas de agua. Los años han pasado en un suspiro, se duplicaron, se triplicaron, y muchas cosas han cambiado en su manera de ver el mundo, pero no el asunto de las botas. Las tiene de todos los colores y con múltiples estampados, todas brillantes, alineadas en sus armarios como un ejército de superhéroes de charol. 



Le gusta vestir de luto riguroso para ponerse las botas rojas, y le encanta usar las de dibujo mondrian para combinar con su impermeable amarillo. Después de comprar su último par ha tomado una decisión: se mudará a alguna ciudad lluviosa del norte para así poder lucirlas a diario.

lunes, 7 de enero de 2013

under the iron bridge we kissed...

¿Te acuerdas, Lupita? La arrogancia con que escupíamos desde las azoteas, la alegría tonta de esa última cerveza después de un concierto. Corríamos siempre a todas partes, de la mano. Llevábamos el mismo corte de pelo, el mismo lápiz de labios, las mismas botas. ¡Hasta compartíamos las bragas! Y cantábamos en la ducha, más bien berreábamos. Morrissey, claro... ¿te acuerdas? If a double decker bus...

El primero que se levantó fue aquel punki, ¿cómo se llamaba? El pobre no olía peor que cuando estaba vivo, pero se movía mucho más deprisa. Demasiado deprisa. Nada que ver con esa peli en blanco y negro... Pataleaba como un conejo cuando le reventamos la cabeza, y luego nos quedamos tan contentas, fumando ahí mismo el mismo cigarrillo, al lado suyo. 

Pero enseguida aparecieron otros. Se levantaban de dos en dos, de cuatro en cuatro... y ya no quedó esquina segura.



Me largué al campo. Aquí todavía no hay tantos, y nos defendemos bien. Además, tenemos comida. No sé si en la ciudad quedará alguien vivo, y no sé dónde estarás tú, si es que todavía estás... 

Pero no, seguro que no. Tú no. Todos menos tú, Lupita.

Todavía sueño algunas noches con el puente de hierro, ¿sabes?






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