lunes, 29 de diciembre de 2014

gramática

Están los besos lampiños, suaves como el culo de un bebé (y a Lupita le da un poco de asco la expresión, la verdad, y tiende a arrugar la nariz cuando la escucha). Y están los besos de lija, besos sin afeitar que dejan la piel irritada (y cómo le gusta la sensación, ese dulce calor que hormiguea garganta abajo...).



También están los besos de lengua traviesa y dedos que se enredan en el cabello (y a Lupita le encanta jugar). Y esos otros que acaban en mordisco, en espalda que se arquea y en gemido (y a veces se ruboriza cuando, en el gimnasio, alguien se fija en las marcas de dientes que le enrojecen el cuello, los hombros...).


Tantas posibilidades, articuladas en torno a su boca húmeda...






lunes, 22 de diciembre de 2014

el faro del fin del mundo

No hace mucho que a Lupita le hicieron una propuesta singular: pasar una temporada larga en un faro, alejada del mundo, rodeada de cielo y mar. Sola.

La oferta no podía llegar en mejor momento: llevaba ya unos meses malos, encerrada en casa, decepcionada y triste, aburrida. Escribía por pura inercia y lo justo para pagar facturas, echaba en falta a tanta gente que había tenido que marcharse fuera, escuchaba en bucle una playlist letal de canciones tristes. Se había cortado el pelo como un soldado y se lo había teñido ya de todos los colores del arco iris. Así que se lo pensó despacio y muy en serio. Se imaginó a sí misma en las largas noches de invierno y galerna. Se imaginó bajo esos cielos abisales e interminables, bebiendo café caliente y bautizando estrellas. Se imaginó arrullada por el rumor de gigante de las olas, soñando sueños líquidos. Sola.

Sola de verdad, coleccionista de tragedias minúsculas, la última mujer sobre el planeta.



Decidió, de repente, que iba a ser complicado llevar consigo todos sus vinilos, y que el salitre acabaría por corroer sus tebeos de Archie y sus novelas de Kawabata. Decidió que a lo mejor era ya hora de recuperar el color natural de su pelo, y que  había que volver a maquillarse con todo ese rimmel y empezar a salir al balcón antes del anochecer, regar las plantas, bajar a pasear otra vez por el barrio a pleno sol...

Comer cruasanes recién hechos, comprar el diario, mirar escaparates. Encender el móvil y ver a quién llamar para comer... Remontar el vuelo.

lunes, 15 de diciembre de 2014

balas de plata

En sus oídos suena todavía la voz monótona del sacerdote, el listado de víctimas; una dolorosa, lenta letanía sin fin.

Camina en silencio y alerta. A su alrededor, la noche se ilumina de luna.

Lo huele antes de escucharlo, mucho antes de llegar a verlo, al acecho entre las sombras.


Arquea la espalda, deja salir, muy despacio, el aire de los pulmones. 

Acaricia el gatillo.

Espera.

lunes, 8 de diciembre de 2014

volver

Lupita pasó media vida marchándose de los sitios. Sin mirar atrás, dejándolo todo de un día para otro. Una maleta roja, pequeña y ya un poco gastada, y un billete de ida: ese fue siempre su equipaje.



Con el tiempo, llegó un momento en que empezó a querer regresar. Y descubrió que no quería volver a lugares concretos, sino a la gente que había ido dejando a su paso. La gente que, se fue dando cuenta, llevaba todo ese tiempo esperándola...

lunes, 1 de diciembre de 2014

días de furia

Lupita tiene a veces días de NO, y en esos días detesta a los ciclistas que toman al asalto y a toda velocidad las aceras como si todos ellos llevaran a ET en la cesta. En esos días siente también una animadversión tóxica hacia los que hablan a voces, y odia a los que, excluyentes, caminan por la acera como si fueran los últimos habitantes del planeta, y a los que bracean con el paraguas cerrado en la mano como ni un caníbal haría con la lanza.



Pero sobre todo, en esos días, y un poco también en los demás, lo que hace que la sangre le hierva en las venas son esas expediciones familiares que se adueñan del mundo como si todo girara en torno a sus retoños asilvestrados, esos grupos irregulares y caóticos que viajan en torno a cochecitos de bebé pertrechados como las caravanas en las que los colonos llevaban sus pertenencias cuando se aventuraban en el Far West. Cuando los ve, cuando tiene que sufrirlos, se siente con hambre de ser piel roja, y quisiera cabalgar a pelo y al galope hacia ellos, tomahawk en mano, y arrancar un puñado de cabelleras frescas, y dar de comer a los coyotes cachorro tierno de hombre blanco.



Esos días, sí.

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