lunes, 18 de enero de 2016

puños


Cuando empezó no se lo tomaba muy en serio: era una manera de mantenerse en forma, activa, que le servía también para descargar tensiones y canalizar todas esas frustraciones minúsculas que se acumulan a lo largo del día. Pero no más. 

La primera vez que Lupita se animó a subir al ring, un poco en broma y un mucho intrigada, cometió el error de hacerlo recién llegada del trabajo, con el rimmel puesto, y la cosa acabó como un clip de Marilyn Manson.



Poco a poco, un entusiasmo nuevo le fue creciendo en el pecho, y se sintió como cuando empezó a tocar la batería en serio, esos primeros conciertos después de mucho ensayar que eran puro caos y pura alegría. Veloz y fibrosa, aprendió que esto es un poco lo mismo, que la técnica y el sentido del ritmo lo son todo, que la fuerza es algo secundario y lo importante es saber colocar el golpe justo en el momento adecuado, romperle el compás al contrario. No tardó, además, en darse cuenta de que el verdadero combate, la pelea sucia, está fuera, en la calle, en el trabajo diario, donde no hay reglas y las hostias llueven por debajo de la cintura, y la campana nunca suena, y no hay árbitro que valga.

Fueron años vertiginosos, de los que no se olvidan. De los que enseñan a vivir.


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