lunes, 28 de septiembre de 2015

balón prisionero

Fui uno de esos niños raros que aprendieron a leer antes de tiempo, de los que preferían estar en el patio de las chicas que jugar al fútbol con el resto de sus compañeros. (Claro que luego llegaba el momento del balón prisionero y BUM, era el primero al que volaban la cabeza.) Conocí a Lupita entonces, y de la mano fuimos viajando de esa niñez, a ratos brutal, a una adolescencia de anfetas y litronas, tan punkis los dos y tan guapos.



Mi servicio militar y sus años en la universidad nos separaron durante un tiempo de mierda. La Invasión, después, nos torció la vida a todos, pero nunca agradeceré lo bastante a los cascarudos que propiciaran nuestro reencuentro, ya en las filas de la Resistencia. Hemos sido uña y carne desde entonces, como lo fuimos en el colegio. 

En secreto, rezo para que la guerra siga para siempre, no sea que el regreso a la normalidad sea eso: volver a una vida sin Lupita.

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