lunes, 22 de diciembre de 2014

el faro del fin del mundo

No hace mucho que a Lupita le hicieron una propuesta singular: pasar una temporada larga en un faro, alejada del mundo, rodeada de cielo y mar. Sola.

La oferta no podía llegar en mejor momento: llevaba ya unos meses malos, encerrada en casa, decepcionada y triste, aburrida. Escribía por pura inercia y lo justo para pagar facturas, echaba en falta a tanta gente que había tenido que marcharse fuera, escuchaba en bucle una playlist letal de canciones tristes. Se había cortado el pelo como un soldado y se lo había teñido ya de todos los colores del arco iris. Así que se lo pensó despacio y muy en serio. Se imaginó a sí misma en las largas noches de invierno y galerna. Se imaginó bajo esos cielos abisales e interminables, bebiendo café caliente y bautizando estrellas. Se imaginó arrullada por el rumor de gigante de las olas, soñando sueños líquidos. Sola.

Sola de verdad, coleccionista de tragedias minúsculas, la última mujer sobre el planeta.



Decidió, de repente, que iba a ser complicado llevar consigo todos sus vinilos, y que el salitre acabaría por corroer sus tebeos de Archie y sus novelas de Kawabata. Decidió que a lo mejor era ya hora de recuperar el color natural de su pelo, y que  había que volver a maquillarse con todo ese rimmel y empezar a salir al balcón antes del anochecer, regar las plantas, bajar a pasear otra vez por el barrio a pleno sol...

Comer cruasanes recién hechos, comprar el diario, mirar escaparates. Encender el móvil y ver a quién llamar para comer... Remontar el vuelo.

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