En sus oídos suena todavía la voz monótona del sacerdote, el listado de víctimas; una dolorosa, lenta letanía sin fin.
Camina en silencio y alerta. A su alrededor, la noche se ilumina de luna.
Lo huele antes de escucharlo, mucho antes de llegar a verlo, al acecho entre las sombras.
Arquea la espalda, deja salir, muy despacio, el aire de los pulmones.
Acaricia el gatillo.
Espera.
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