Lupita juega a veces a ingresar en el programa de protección de testigos. Imagina que nunca podrá volver a su ciudad costera. Imagina que cambió de peinado y de manera de vestir, y aún así mira de reojo en el metro, en el supermercado, en la cola del cine. Ha aprendido a disimular su acento y camina diferente a como caminó siempre, y algunas noches sueña que es quien dice ser, y no quien fue.
Mira por encima del hombro, vigila en los escaparates el reflejo de quien se detiene a su lado: teme que alguien pueda reconocerla...
El problema es que no consigue ya recordar su nombre anterior...