lunes, 16 de diciembre de 2013

el bello verano

Lupita se acuerda todavía de su primo, el de la melena rubia. Llevaba siempre botas camperas y cazadora vaquera, y tenía los ojos azules como el cielo de agosto. ¡Mira que era guapo, el ladrón! Se acuerda de él a veces, y de la moto. Por las mañanas la llevaba en el sidecar por el paseo marítimo, y a ella le encantaba esa sensación de velocidad, el cabello revuelto y el olor a sal. Lo miraba a él, siempre riéndose, inclinado sobre el manillar, y sentía una excitación que entonces, hace tanto tiempo ya, no sabía explicarse, un fuego gozoso e inquieto que hoy entiende muy bien.

Por las tardes, su sitio en el sidecar lo ocupaban unas chavalas con faldas muy cortas y unas piernas larguísimas que tenían que doblar como si fueran cigüeñas para poder sentarse. Su primo le solía guiñar un ojo antes de arrancar la moto y perderse hasta la mañana siguiente.


Hoy es Lupita la  que se ríe cuando se acuerda del hervor de rabia que le encendió la sangre el día que encontró en el sidecar, debajo del asiento, unas bragas chiquitas y arrugadas, llenas de arena. Unas bragas que eran un enigma y, también, sin que entonces supiera bien por qué, una afrenta.


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