Te escribo y no sé si llegarás a leerme, pero quiero que sepas que ayer mismo, viendo La princesa prometida, me acordé de ti. Cómo no me iba a acordar. ¿Cuántas veces hemos visto juntos esa película, Lupita? Jamás te cansabas de ella, y nunca te he visto tan feliz como delante de la pantalla siguiendo las peripecias de Íñigo Montoya, del gigante amable, de ese malo malísimo con peinado Betty Page que luego utilizaron como modelo para el malo pequeñajo de Shreck: la primera, la buena. Te reías con todo el cuerpo, amiga, como no te he visto reír en ninguna otra circunstancia. Ayer la volví a ver, solo, y me acordé de ti, claro.
Poco más te puedo contar que no sepas ya. El bar de Marta sigue abierto. Han hecho una ampliación de esa foto que se vio en los telediarios, no sé si sabes cuál: estáis todo el grupo cargando contra los drones, y detrás se distingue, entre las llamas y el humo y los escombros, la mole tremenda de Galaktor, tan grande que rebasa de sobra el encuadre, y eso que la imagen está tomada desde lejos. Marta ha recortado todo y te ha ampliado a ti y ahora ocupas toda la pared de nuestro reservado, una cosa muy soviética. A pesar del pixelado se te reconoce muy bien. Tienes el uniforme roto y manchado de sangre y miras a cámara. Casi parece que me estés mirando a mí...Estás guapísima.
Te echo de menos. Te echamos todos de menos.
Un beso grande.
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