Tenía quince años cuando empezó a tocar la batería, y dieciséis recién cumplidos cuando dio el primer concierto con su grupo. A los veinte tiró a la basura su primera novela antes de que la leyera nadie, y la reescribió del tirón con otro punto de vista y cien páginas de adjetivos menos: la publicaron un año después, y todavía hoy se habla de ella. Con veinticinco decidió que era muy pronto para casarse; avisó al casero con el tiempo justo, llenó de casi nada una maleta azul pequeñísima y se marchó de la ciudad.
Diez años después no se había arrepentido, pero le apeteció regresar: pasear por las mismas calles, ver qué bares seguían abiertos, buscar a esos pocos amigos a los que todavía extrañaba.
Diez años después no se había arrepentido, pero le apeteció regresar: pasear por las mismas calles, ver qué bares seguían abiertos, buscar a esos pocos amigos a los que todavía extrañaba.
Hoy, sentada en casa ante su vieja batería, le gustaría viajar en el tiempo, volver atrás y decirse a sí misma, a la Lupita de falda corta y deportivas rojas de entonces, a la niña que se embelesaba delante del escaparate de la tienda de instrumentos musicales, que ni por un momento dudara de sí misma: en adelante, harás lo que quieras hacer, todo lo que quieras hacer. Y a ver quién es el guapo que te para...
No hay comentarios:
Publicar un comentario