Cuando su madre la llevó a uno de esos sitios en los que enseñan a las niñas a maquillarse y a peinarse y a caminar como señoritas, uno de esos sitios donde las disfrazan de princesa y las transforman en muñecas de caramelo y algodón de azúcar, la pequeña Lupita, que no levantaba dos palmos del suelo y tenía los ojos negros como el fin del mundo, pidió ser la Princesa Ninja.
Ya luego vino todo rodado, claro...
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