En la ventana se ve ya luz, el ascensor lleva rato arriba y abajo y los vecinos se han puesto zapatos de tacón para ir y venir por la casa, pero Lupita se resiste a salir de la cama. Su gato Gato la mira desde el otro lado de la almohada y parece de acuerdo con ella, porque vuelve a cerrar los ojos sin hacer amago de moverse.
Esconde la cabeza entre las sábanas, se hace un ovillo y se deja arrastrar otra vez por ese sueño invernal, pesado y dulzón, que no la abandonará ya hasta bien entrada la primavera.
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