Ya no recuerda cuándo se dio cuenta de los cambios, de la misma forma que no está segura ya de cómo eran las cosas antes de ese primer viaje en el tiempo. Cada vez que la Máquina funciona, se genera una infinidad de cambios potenciales que se enredan en una maraña de causas y efectos imposible de cartografiar, de manera que el mundo siempre es otro cuando el crononauta llega a destino. Y, lo peor, lo más turbador: es también otro el mundo, el "presente", al que regresa. Cada viajero del tiempo está condenado a vivir en una sucesión de realidades ligeramente diferentes de la suya, como fotocopias movidas, fotografías en las que el color ha virado.
Así que Lupita pasa cada vez más tiempo sola. Siente que su percepción de la realidad, de las cosas que la rodean, está pixelada. Y ya no recuerda, no está segura de recordar, cómo empezó todo, cómo era su mundo. Sentada en la balconada, tomando café caliente, contempla los dirigibles que sobrevuelan la ciudad e intenta recordar, rescatar imágenes que no acaban de cuajar y se difuminan antes de adquirir nitidez.
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