En una habitación grande y, hoy, desolada. Frente a un ventanal en cinemascope. Es una silla. Una simple silla con muchos años encima. De las de diseño elegante y confortable que no se hacen ya, de madera desgastada.
Y es el punto exacto.
Hay un momento cada mañana, y hay un momento cada atardecer, en que luz y líneas de fuga confluyen en un paisaje como no se da en ningún otro momento y lugar de ninguna otra ciudad.
La habitación ha sido salón de un burdel de lujo y ha sido estudio de arquitectura, restaurante secreto, sastrería de teatro. Y siempre, a lo largo de los años, la silla ha estado en su sitio, el punto exacto. Nadie la ha orientado en otra dirección, nadie la ha movido ni un centímetro.
Y siempre alguien se ha encargado de atender a los escasos visitantes interesados en las vistas.
Lupita la descubrió muy joven, de la mano de su padre, y hoy todavía vuelve, puntual, una vez al año. Fuma un cigarrillo sin apartar los ojos del ventanal y después se marcha, en silencio.
Hasta el año siguiente.
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