El sol abrasa la calle y Lupita se refugia en casa durante el día, las persianas bajadas, las cortinas echadas, todo bien cerrado: como en un asedio.
En el rincón menos caluroso, protegida por la caricia lenta del ventilador, rodeada de sus cuadernos y sus bolígrafos de colores, deja que las horas pasen mientras escribe historias de expediciones árticas y de robots dormidos entre glaciares, de niños perdidos en bosques invernales. Escribe también cartas, largas cartas sin fecha en las que habla de un jardín nevado y una casa cubierta de hielo, de cielos grises y tormentas de granizo, del placer de refugiarse ante la chimenea y leer cuentos de fantasmas...
Y así pasa los días, envuelta en su hechizo de escarcha hasta bien entrada la noche, cuando puede por fin abrir de par en par las ventanas y dejar que circule el aire tibio, y salir al balcón, buscar en el cielo la cara redonda de la luna llena...
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