Lupita artificial, de alambre y cartón, de látex y cristal. Sentada en un rincón, aguarda en silencio a que regrese J. F. Sebastian a darle cuerda, ese impulso espástico que devuelva el movimiento a sus piernas largas y le permita saltar, bailar, caminar. Espera y espera mientras en la calle llueve sin cesar, y el polvo se espesa despacio en su cabellera negra y sobre sus hombros desnudos.
Nadie viene, y mil corazones mecánicos detienen, uno tras otro, su tic-tac. Dejan, uno tras otro, de latir.
Queda el rumor de la lluvia y del tráfico. Nada más.
Queda el rumor de la lluvia y del tráfico. Nada más.
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