Siempre le pareció el colmo de lo cursi eso de ser la chica del bajo o, peor aún, la de los teclados. Lupita, desde que de pequeña vio esa película con Tom Hanks y Liv Tyler, quiso siempre tocar la batería, y se pasó la adolescencia aporreando botes de detergente en polvo y tambores de juguete y rodeada de atildados chavales que parecían preocuparse más por combinar los colores y tener la actitud adecuada que por seguir el compás.
Le costó mucho sudar en el local de ensayo y muchas peleas cuajar una formación estable y con carisma, y le costó muchas horas extra reunir el dinero para prensar un vinilo de color naranja y portada azul, con seis canciones burbujeantes y que se tituló como la banda: Lupita y los centauros.
Vendieron exactamente 603 copias, sonaron en las radios adecuadas, tocaron en un puñado de salas con media entrada y telonearon en un par de ocasiones a Cooper, que no está nada mal.
Se disolvieron porque sí: a veces pasa.
Hoy, Lupita guarda en casa su batería y 1397 copias del disco. Todavía ensaya una o dos veces por semana, y escribe canciones que seguramente no va a escuchar nadie. Dejó de fumar y está pensando en comprarse una vespa...
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