Lupita
sangra por las llagas de las manos y de los pies, y a veces levita un poco,
unos centímetros nada más, para no pisar los charcos de camino al colegio.
Su madre pensó, la primera vez que vio las manchas rojas en las sábanas, que
era demasiado pronto… Tardó en darse cuenta.
Los
médicos se encogen de hombros y remiten a la paciente a otro especialista, y a
otro, a otro más. Y ella los mira desde la silla, las manos abiertas en el
regazo.
En el
colegio no la admiten ya. Los otros niños le hacían el vacío, no se atrevían a
sentarse a su lado, la evitaban en los pasillos. Y los profesores se ponían
pálidos al ver las vendas empapadas de rojo cuando levantaba la mano… y la
levantaba siempre, porque siempre sabía la respuesta.
Lupita
mira ahora por la ventana y espera.
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