Siempre que veo a Lupita me acuerdo de ese libro de Bradbury.
Me gustan todos sus tatuajes, y me gusta mucho la elegante arrogancia con que los luce, ese gesto natural con que los asume como propios, igual que se asumen y se lucen las pinturas de guerra.
Me gustan, sobre todo, esas frases que le dibujan la circunferencia de los muslos con caligrafía de señorita victoriana, y los diseños enigmáticos que le recorren la espalda y se resuelven en un tentáculo sinuoso que le acaricia la nuca.
En el libro, cada tatuaje llevaba a un cuento diferente. No sé si los de Lupita también, pero sí sé que, con ella, historias no van a faltarnos.
En el libro, cada tatuaje llevaba a un cuento diferente. No sé si los de Lupita también, pero sí sé que, con ella, historias no van a faltarnos.
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