A Lupita le gustan las estaciones de tren. Pasear entre la gente, sentarse a escuchar sus conversaciones. Dibujar en un cuaderno los rostros que le llaman la atención, las piernas cruzadas de alguna chica que espera, la perspectiva de las vías que se alejan. Se siente viva, rodeada de un bullicio de historias a punto de empezar, a punto quizá de terminar: historias en marcha, en cualquier caso.
Le gustan también los aeropuertos, pero por todo lo contrario: le parecen lugares fríos, como a medio abandonar. Cuando camina por ellos piensa siempre en los cuentos de Ballard, toda esa desolación clínica, y sus dibujos son escuetos, geométricos: siluetas minúsculas perdidas en el blanco del papel, líneas de fuga, carteles ilegibles, maletas abandonadas.
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