Están los besos lampiños, suaves como el culo de un bebé (y a Lupita le da un poco de asco la expresión, la verdad, y tiende a arrugar la nariz cuando la escucha). Y están los besos de lija, besos sin afeitar que dejan la piel irritada (y cómo le gusta la sensación, ese dulce calor que hormiguea garganta abajo...).
También están los besos de lengua traviesa y dedos que se enredan en el cabello (y a Lupita le encanta jugar). Y esos otros que acaban en mordisco, en espalda que se arquea y en gemido (y a veces se ruboriza cuando, en el gimnasio, alguien se fija en las marcas de dientes que le enrojecen el cuello, los hombros...).
Tantas posibilidades, articuladas en torno a su boca húmeda...
También están los besos de lengua traviesa y dedos que se enredan en el cabello (y a Lupita le encanta jugar). Y esos otros que acaban en mordisco, en espalda que se arquea y en gemido (y a veces se ruboriza cuando, en el gimnasio, alguien se fija en las marcas de dientes que le enrojecen el cuello, los hombros...).
Tantas posibilidades, articuladas en torno a su boca húmeda...
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