lunes, 17 de noviembre de 2014

desnuda

Lo llaman arrugas de expresión, algo así. Le gustan por lo que dicen de ella: cuánto ha reído y disfrutado, las cosas que ha vivido. Cuánto ha llorado, también. 

¿Le gustan?

Delante del espejo, se mira despacio. De repente, le cuesta reconocerse. Lo de las canas empieza a ser una batalla perdida, habrá que plantearse aceptarlas. La piel no es tan tersa como lo fue hasta... no hace tanto. No importa, nunca hizo mucho caso de esas cosas.

 ¿Nunca?

Desnuda, se mira en el espejo. Le da un poco de pudor, y eso sí que no le había ocurrido hasta hace poco. Las curvas se han suavizado, hay como una sensación de plenitud, de gato dormido y satisfecho, donde antes había piernas largas y una elasticidad un poco patosa, de cachorro. Todo ha cambiado, pero Lupita no sabría decir cuándo, ni sabría decir si se gusta más ahora que antes...  



Sentada en la cama, sonríe. Se deja caer hacia atrás, mira al techo. Va a tener que acostumbrarse a sí misma, va a tener que aprender a gustarse. Dejarse el flequillo más largo.

Y hay quien le ha dicho, como un cumplido, que le gustaría haberla conocido antes, que debió estar cañón hace diez años. Cada vez que oye algo así, la ninja que lleva dentro se tensa como un resorte letal y pide sangre.


Dejarse el flequillo largo, sí. Como Verónica Lake. Como Madame Hydra.

Y no dejar nunca de reírse.

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