Lo peor de las mudanzas es la arqueología. Esa ropa vieja con olor a cieno. Esas novelas de esquinas arrugadas que uno se queda mirando sin atreverse a abrirlas. Cartas guardadas en paquetitos y que sería mejor quemar sin leer... Vestigios incómodos.
Ay, pero las fotografías... Eso debe ser lo mejor. Y lo peor. Lo que más daño hace. Por ejemplo, esta misma: estamos todos, como en una película de los ochenta. Unos hablando con otros, aparentando arrogancia, fumando con descaro. O esta otra, todas las chicas juntas, riéndose, mirando a cámara con gesto que entonces quería ser seductor y hoy solo despierta ternura. O esta otra: Lupita está en todas, pero en esta no hay nadie más. Con su camiseta de Dr. Who y el pelo revuelto, tiene la mirada perdida, seguramente no se da cuenta de que la están fotografiando. Sonríe con esos labios que siempre llevaba pintados de rojo cereza. Imagino que está pensando ya en los siguientes años, en su futuro, que ahora es mi pasado sin ella: la Academia Espacial, los vuelos de prueba, la Estación Orbital, el Largo Viaje...
Lo peor de las mudanzas es la arqueología. Discos que ya no suenan, el polvo petrificado en los surcos. Gente que se fue y de la que ni el nombre se recuerda, a pesar de las promesas de amistad eterna. El vértigo de la caída libre y ese vacío que no hay manera de llenar...
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