Casi todas las noches, a eso de las cuatro, a veces a las cinco, Lupita se desvela. Y se pelea con la sábana, intenta volver a sumergirse en el sueño, si es que soñaba cuando abrió los ojos. O se pasea por el salón a la luz amarilla de las farolas que entra por los ventanales: paisaje de penumbras.
Una noche, acodada en el balcón, descubre que hay ventanas iluminadas en otras fachadas, enfrente, y más allá de la plaza. Y cree ver movimiento en otros balcones, la brasa de otros cigarrillos solitarios. Saber que hay a esas deshoras otra gente despierta como ella la tranquiliza, y se atreve a imaginar una red de vigías insomnes, atentos los ojos al cielo. Centinelas alerta para prevenir la invasión.
Se vuelve a la cama con una media sonrisa y sueña con trípodes marcianos, como cuando era más joven... mucho más joven.
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