El tiempo parece detenerse, el aire se estanca y la vida es eso que transcurre al otro lado de la puerta cerrada con llave. Esos días. Lupita los llama días de batiscafo, una expresión que leyó no recuerda ya ni cuándo ni dónde, pero que a ella se le antoja de color azul. Días en los que siente que ha descendido a los abismos submarinos, mucho más abajo de lo que nunca el capitán Nemo pudo llegar a bordo de su Nautilus. Días en los que puede ver cómo las paredes se comban por la presión, y puede sentir el agua que chorrea de las juntas. Esos días, cuando al otro lado de las ventanas acechan sombras que son todo dientes y gelatina, criaturas lentas y múltiples que nunca han visto la luz del día o el color del cielo.
En esos
días submarinos, Lupita hace tiempo que decidió no esperar a que el
sonido de unas botas emplomadas le anuncien que el buzo está ahí, que
por fin ha llegado el equipo de salvamento. Ahora se obliga a salir de
la cama, se obliga a apartar a patadas los peces que boquean en el suelo de la
cocina, fuerza la subida a la superficie y se salta, porque así es
ella, todos los protocolos de descompresión. Con los puños apretados, respirando hondo.
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