El profesor Xavier, hijo de charnegos y nacido Carlos Javier Tiemblo, había dedicado buena parte de su vida a la veterinaria. Cuando ya enfilaba los cincuenta largos y tras una experiencia reveladora de la que nunca quiso hablar y que tuvo lugar durante un prolongado viaje de recreo por la Patagonia, el único que se permitió en su vida, abrió una llamada Academia de Jóvenes Talentos a espaldas del Liceo, en la zona más bulliciosa y viva de Barcelona. En ella acogió, en régimen de internado, a alumnos que tenían difícil encaje en otros centros: el local ocupaba una planta entera en un viejo edificio de escaleras de madera en el que no había ni una sola línea recta, ni un ángulo de noventa grados, ni un rincón que no oliera a pis de gato.
A los pocos meses de ingresar, Lupita dejó de sangrar por las manos y los pies y empezó a hacerlo por donde la edad y las hormonas dictaban. Ese mismo día, en Barcelona nevó una rara pelusa viscosa. A partir de ese momento, todo cambió para ella y para el profesor Xavier, que vio cómo sus sueños se hacían realidad.
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