Se ha mudado tantas veces que ya ha perdido la cuenta, y en cada mudanza ha dejado un rastro de libros abandonados que luego ha ido recuperando y, a veces, redescubriendo. Es incapaz de imaginar una casa sin libros, porque no puede concebir su vida sin ellos: mesas atestadas, torres inestables en cada rincón, estanterías combadas por el peso. Desordenados a conciencia y con alegría: ese desorden que nace del uso diario, de la curiosidad repentina y del juego.
Así que, cuando alguna vez Lupita entra en uno de esos pisos en los que no se ve ni un solo libro, una de esas casas que parecen huecas, desiertas, no puede evitar mirar con suspicacia a quien vive en ella, no puede resistirse a la desconfianza. Y procura, en cuanto que puede, huir, poner tierra (y papel) de por medio.
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