La ve cada tarde a la misma hora. Camina por el andén con paso elástico de bailarina, o quizá de superheroína, la mirada fría perdida en un punto indeterminado. Tiene el pelo negro y muy corto, y de la nuca maravillosa parte un tatuaje que desciende por la espina dorsal hasta perderse más allá de la tela liviana del vestido, una sucesión de ideogramas que a Lupita se le antojan un hechizo, un código secreto y una invitación.
Cuando pasa a su lado, el aire se impregna de su perfume, carnoso y dulce como el de una planta carnívora. Y se imagina la dicha de seguir cada línea con el dedo, de dibujar con saliva el descenso sinuoso por la espalda, de traspasar el horizonte del suceso y explorar más allá del vestido...
Cuando pasa a su lado, el aire se impregna de su perfume, carnoso y dulce como el de una planta carnívora. Y se imagina la dicha de seguir cada línea con el dedo, de dibujar con saliva el descenso sinuoso por la espalda, de traspasar el horizonte del suceso y explorar más allá del vestido...
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