Ha dejado las maletas sin abrir en el recibidor, y camina por la casa sin pensar en nada y casi a ciegas. Va subiendo persianas y abriendo ventanas: el aire estancado huele a abandono.
Se marchó, casi huyó, con los veintiuno recién cumplidos, el pelo teñido de rojo y un macuto lleno de libros y camisetas negras. Hoy se dobla la edad y regresa a tiempo para recoger los restos del naufragio, ordenar un puñado de recuerdos y poner en venta esta casa que recordaba más grande y más oscura.
Los azulejos de la cocina amarillean y ya no hay plantas en el balcón. Lupita se sienta en la que fue su cama, que también recordaba más grande. Despacio, como en un ritual japonés, lía un cigarrillo y lo enciende, lo fuma en silencio, recuerda otros cigarrillos a escondidas, en penumbra.
No va a dormir aquí. Ni va a volver más, después de hoy. Hará el papeleo y se marchará como se marchó entonces, con la sensación de quien escapa.
Como entonces, buscará el mar.
Como entonces, buscará el mar.
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