De niña, quedarse con gripe en la cama era tener permiso para leer y releer todo el día sus tebeos favoritos, y era también el aroma del azúcar que calentaba su madre en la cocina y que llenaba toda la casa. Escuchar a las vecinas cantar por el patio de luces, el golpeteo rítmico del tenedor en el plato al batir los huevos, la tarde lenta de radio. Volver la página y ver cómo muere Gwen Stacy, no creérselo, pobre Gwen y pobre Peter, ahora qué.
Todavía hoy lo recuerda todo Lupita, arrebujada en su manta preferida, las defensas blandas por la fiebre. Recuerda cómo se quebraba la lámina de caramelo tostado entre los dedos, la sensación dorada y crujiente al masticarla. Cierra los ojos y se acuerda de cuando el Duende Verde era Norman Osborn y todo era más sencillo (o lo parecía).
Todavía hoy lo recuerda todo Lupita, arrebujada en su manta preferida, las defensas blandas por la fiebre. Recuerda cómo se quebraba la lámina de caramelo tostado entre los dedos, la sensación dorada y crujiente al masticarla. Cierra los ojos y se acuerda de cuando el Duende Verde era Norman Osborn y todo era más sencillo (o lo parecía).