Cuando la niña Lupita entró por vez primera en la biblioteca pública del barrio se sintió minúscula: las paredes altísimas y cubiertas de libros, la luz tamizada, el silencio poblado de susurros. Allí, aquel lejano verano sin playa, mientras sus padres iban y venían del hospital, agotados, ella descubrió a Nemo y a Robur y a D'Artagnan, viajó a la isla del doctor Moreau y a la de Robinson Crusoe, llegó hasta la luna y navegó por el Mississipi. Los pies le colgaban de unas sillas pensadas para mayores, pero a ella no le importaba.
Hoy todavía recuerda esos meses de maravilla diaria, y se acuerda de esa jovencita de flequillo rebelde que la primera tarde la rescató del rincón y la llevó a una mesa de lectura y le puso delante "Las aventuras de Tom Sawyer".
Hoy, después de tantos años, añora aún Lupita de cuando en cuando el refugio de esa cueva donde Tom y Huck se ocultaron y fingieron su propia muerte, y sueña a veces que se esconde allí de sus propios indios Joe...
Hoy, después de tantos años, añora aún Lupita de cuando en cuando el refugio de esa cueva donde Tom y Huck se ocultaron y fingieron su propia muerte, y sueña a veces que se esconde allí de sus propios indios Joe...
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