lunes, 23 de febrero de 2015

películas

He encontrado un viejo álbum de fotos en un contenedor, entre libros despanzurrados y muebles inservibles: mi radar se dispara cuando hay papel náufrago en el entorno, y no puedo evitar mirar y remirar. Eran fotografías viejas, claro, hoy ya nadie las guarda así, ordenadas en cada página como viñetas de colores saturados, o de ese blanco y negro doméstico tan alejado del dramático de los reportajes de interés social. Algunas de ellas parecen planos descartados de una película antigua, con actores desconocidos en actitud casual y relajada, como esperando entre secuencias; charlando entre sí, fumando, intercambiando sonrisas o gestos cómplices. 


En dos de las fotos aparece una chica muy joven, justo en esa frontera frágil en que las formas se redondean y la mirada se enciende. Una chica de flequillo desordenado y ojos grandes que me recuerda tanto a Lupita. Sonríe con unos labios muy rojos, de ese rojo en technicolor que ya no se ve, y ahora no dejo de mirarla y preguntarme qué habrá sido de ella, quién fue, cómo le ha ido en la vida. 

lunes, 16 de febrero de 2015

pSYcHo CanDy

Sara es delgada y tiene los hombros anchos, los muslos largos y la boca grande. En general, todo en ella parece más grande y más largo de lo normal. Tiene los ojos muy azules y el pelo muy corto, y se mueve con una brusquedad un poco cómica. A Lupita le gusta verla comer, porque mientras lo hace no para de hablar, y se le nota que disfruta. Come usando palillos, una cosa que llama mucho la atención, pero también le gusta mojar grandes trozos de pan en la salsa, que se lleva a la boca entre risas. 



Lo que más le gusta a Lupita de ella son las manos de dedos largos y uñas muy cortas, siempre mal pintadas. Detrás de la batería, mientras ensayan, no deja de mirarla, de mirarlas, llenas de pequeños cortes mal curados. Las ve moviéndose por el mástil de la guitarra y se las imagina sobre su piel caliente, inquietas y ásperas, explorando, y cierra los ojos y pierde, a veces, el compás, y hay que volver al principio de la canción y a ver si estamos a lo que estamos, bonita.

lunes, 9 de febrero de 2015

...y un café

Cada mañana la misma ruta, subir la calle y cruzar hasta las terrazas donde hay quien también en invierno desayuna su café y sus porritas leyendo el periódico al sol, desviarse después para pasar por el kiosco, saludar y llevarse el diario, el mismo de siempre porque todavía alguna vez alguien escribe algo con tino, aunque ya dé pereza leerlo, cruzar después el semáforo y subir por la acera donde, en la misma esquina cada día, un señor sin afeitar vende gatitos muertos a pilas que maúllan como bebés, el jugete más triste del mundo; seguir hasta la panadería, comprar una barra de pan caliente y, a veces, un cruasán tierno o una palmera de chocolate de dimensiones galácticas, bajar después por la otra calle, saludar con un gesto a las chavalas hiperactivas de la frutería, cruzar otra vez para remontar de nuevo hasta las terrazas, ahora hay algún cliente más, llegar al portal, subir a casa, cerrar las ventanas, poner música... 



Cada mañana, cada día, Lupita repite la misma rutina antes de ponerse en marcha, antes de poder ponerse en marcha. Después, despacito, hojeando el periódico, yendo del salón al dormitorio, del despacho al balcón, va remontando...

lunes, 2 de febrero de 2015

super

Me despierto cada mañana más temprano, con las manos dormidas y los ojos irritados, y no hay día que no me duelan las articulaciones, la zona lumbar o los hombros. Imagino que me he caído ya de demasiados edificios, y eso pasa factura. Además de los años, claro. Tengo la sensación, a veces, de que mis huesos son ahora de hormigón y pesan el doble que antes, y me muevo más despacio, tanto que casi he renunciado ya a patrullar. Además, todos esos chavales de ahora son demasiado rápidos y llegan siempre antes, con sus trajes de licra y moléculas inestables, sus coreografías chinas y sus chismes de última generación. Yo creo que somos ya viejos para esto, Lupita. Lo mío es el kevlar y el cuero, y una buena hostia a tiempo. Y me cuesta cada vez más estar a la altura de mí mismo.


Me acuerdo todavía de la última vez que combatimos juntos, no hace tanto. Tengo que decir que a ti los años te han tratado mejor, y todavía te mueves con gracia. Más lenta que antes, sí, pero con una fluidez y una coordinación que no te conocía. Joder, estás hasta más guapa, más segura. Pero no he vuelto a saber de ti desde entonces, y me pregunto si no habrás decidido ya dejarlo. Yo me lo estoy planteando, de verdad. Estoy cansado, Lupita, muy cansado. 


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